12.18.2008

nos conocimos 20 horas



Y como en la hora 11 me diste esto para leer...gracias

El Poder de los Gnósticos.
Cuando uno quiere ser lo que siente no es tan fácil como parece. El dilema está en permitirse a uno mismo escuchar cuando le habla el corazón y así darse cuenta de lo que uno quiere ser, para ser feliz. Esto de escuchar el corazón es una metáfora ordinaria pero de gran certeza.
Me asusté al escuchar esas voces en mi interior, quizás me faltaba algo recetado por un profesional, estas personas que hacen del hábito una profesión como los que dicen que entienden o interpretan las condiciones sociales y al incondicionado humano.
Me quedé tranquilo cuando me dijo un poeta que esas voces son un común en las almas inquietas, me dijo que algunos escuchan susurros en su cabeza cuando no quieren pensar, que el pecho les queda chico cuando duermen, porque el corazón vomita a gritos bocanadas de sangre, para despertar la quietud vegetal de lugares a los que no pedimos auxilio en nuestro cerebro empaquetado por reglas sociales, políticas, económicas y todas las que nos fabrican desde que perdemos la gracia de ser humanos, cuando nos ponen nombre y apellido para entrar en el gran show.
Dicen que los espejos reflejan el alma. Para mí esconden la puerta a un lugar que no me gustaba ver, mientras veía la imagen concentrado en no perderla de vista, estaba bien, pero… a veces un fantasma me arrebataba del claro reflejo y me llevaba como posta, de pasamano en una sucesión de pensamientos y ahí, ahí si estaba el problema. Los ojos ya no veían ese claro reflejo, se perdían en lágrimas borroneando lo que mostramos, revelando así la puerta escondida bien en medio entre lo que creemos que somos y el reflejo, un lugar que nunca encontrarán los que duermen.
No sé cómo me atreví a mirar del otro lado y me di cuenta de que no era un problema este tema de las voces, el fantasma y la puerta. Dejó de aterrarme lo que veía detrás de las lágrimas al otro lado de la puerta cuando supe que ese era yo, tan amorfo que asustaba a mi alma, pero tan inofensivo ante la sorpresa de mi visita. Atónito, incapaz de entender cómo pudo pasar que me viera cara a cara, viéndome al amorfo enfrentando la realidad que me tocó que ya no era la mía y en ese preciso momento dejamos de ser uno. El amorfo se aterrorizó al ser arrancado de mis entrañas como una larva de su huésped. Sentí el alivio de su ausencia aunque las cicatrices están ahí y piden abrirse ante mi descuido. Todavía lo sigo desterrando, es muy hábil, tiene otras puertas y es un amorfo controlado por una secta de gnósticos que le dicen cómo llegar.
No me asusta. Lleno mis pulmones, aliviano mi cuerpo, tapo mis oídos, escucho con el alma y le entrego el mando al corazón. Él sabrá por donde llevar este nombre con apellido que intenta volver ser, humano….

Federico Gauthier